Pasamos mucho tiempo en retoques. Rezamos por pequeños retoques. «Ay, Dios mío, te pido que arregles esto. Te pido que arregles aquello. Y arregla a mi esposo, Señor. Y cambia esto en mis hijos, Dios. Y cambia a su entrenador de fútbol. Y cambia un poquito a nuestro párroco. Y arregla a los políticos, y cambia un poco esta situación y aquella otra. Y luego, por supuesto, nos preguntamos porqué Dios no responde a nuestras plegarias. La respuesta es muy sencilla, Dios no está en el negocio de los retoques. Dios está en el negocio de la transformación. Dios es el Rey de la transformación. La transformación que tiene en mente para ti y para mí es poderosa, impresionante, grandiosa, suprema… Y desea transformarnos porque quiere que tengamos gozo; desea para nosotros una paz profunda y una felicidad única, más allá de lo que podemos imaginar.
Uno de los grandes desafíos de nuestra vida espiritual es pasar de pensar en términos de retoques a pensar en términos de transformación. Ahora, la triste verdad es que la mayoría de nosotros nunca hemos hecho una oración de transformación, ni siquiera una vez en nuestra vida. La mayoría de nosotros nunca nos hemos dirigido a Dios para decirle: «Está bien, mi Señor, lo que Tú quieras. Pongo todo a tus pies. Estoy cien por ciento disponible. Transfórmame. Transforma mi vida. Toma lo que quieras tomar. Da lo que quieras dar. Haré lo que sea que me pidas, Dios». ¿Quieres ver milagros en tu propia vida? Reza esta oración, porque te puedo prometer una cosa. Ni una vez en la historia del mundo Dios ha dejado de responder a esa plegaria. Dios responde a cada una de las plegarias de transformación.